Arte Entre las Ruinas

La imaginativa modernista está contaminada con escombros. Desde la devastación masiva de dos guerras mundiales, hasta la metáfora Freudiana, de un ser interior como un sitio arqueológico complejo enredado compuesto de muchas capas. Una ciudad construida en base al estrato de sus primeras moradas.


De hecho, el verdadero proyecto del modernismo, el continuo “re-descubrir” de la máxima de Erza Pound de 1934, implica no sólo una construcción progresiva y creación continua sino que también su complemento, una demolición implacable, un desmantelamiento y una limpieza de cualquier cosa pasada, agotada o simplemente en el camino. El Fauvismo, El Cubismo, El Futurismo y todo el resto, son ejemplos, pero sin antes destruir a la academia, el salón, los principios del buen gusto y los siglos del antiguo sistema de patrocinio. En nuestra era todo esto es, en gran medida, lo que representa ser una nación en “desarrollo” o un individuo adaptable e innovador.


En su nuevo cuerpo de obra, Jorge Tacla ha otorgado forma visual a este persistente dilema. Las nueve pinturas de gran formato, corresponden a dos grupos: Trauma #1 y #2 muestran imágenes sobre acercamientos de géneros o tejidos e imágenes relacionadas a la carne humana, mientras que las otras siete telas pertenecientes a la serie “Escombros” retratan la imagen de una ciudad bombardeada, basada en una fotografía de un periódico que muestra a Beirut destruida.


Tacla mezcla estas referencias aparentemente desiguales, convirtiéndolas en una sola, cohesiva, aunque multivalente experiencia visual. Una meditación sobre las heridas, donde abundan analogías latentes entre piel humana, el género social y nuestro ambiente construido (muchas veces listo para ser demolido).


Si miramos con atención Trauma #1 (2006), la obra más antigua dentro del grupo (todas las demás pertenecen al 2007), vemos que el artista claramente comienza a tener una fascinación tanto con un entretejimiento actual como figurativo. Formas parecidas a hilos y órganos se tejen juntos en una red suelta, con matices a carne humana. Si la vulnerabilidad de intestinos expuestos es evocada, también lo son la excepcional fuerza y flexibilidad de tales interconexiones sistémicas, ya sea en el área física o social.


Trauma #2 nos lleva aun más cerca, el gran número de componentes globulares semejantes a células epiteliales de color rosado, es destruida y aplastada por una ominosa, siniestra y aun más roja contusión central, o cáncer incipiente.


Con la serie “Escombros” el foco de atención se traslada, en efecto, al cuerpo cívico. En cada ejemplo, vemos desde varios puntos de vista, edificios destrozados y a medio caer; presentados como marcas acordonadas que guardan asociación con géneros, telas o cuero poroso. No es que estemos viendo la ruina a través de un velo, sino que la devastación misma esta dotada con una textura calada, a la vez visualmente penetrable y propensa a colapsar. Hay pasajes (en Escombros #1 y #5) que recuerdan los inolvidables bosquejos del sueño arquitectónico de Víctor Hugo; por otra parte (en #3, #6 y #7, por ejemplo) la fractura del espacio dentro de las estructuras dañadas se vuelve casi Cubista.


A pesar de restringirse a un tema fijo y a un punto de vista frontal y directo, opciones que obligan al espectador a confrontar los hechos dificultosos y las opciones limitadas de la guerra, Tacla logra efectos variados a través de su hábil manipulación de la composición, color y superficie. No se muestran cuerpos muertos ni heridos; aquí son los edificios los suplentes de la imagen del hombre.


Sin embargo, estamos sumidos profundamente dentro del sitio del conflicto, por virtud de líneas de horizonte excepcionalmente atlas o inexistentes. Estamos dentro del escombro, y no parece haber escapatoria. Donde una franja de cielo aparece, esta está rayada y moteada reflejando la confusión psicológica, tal como los cielos agitados de un paisaje de Munich.


En general, los tonos son enmudecidos y uniformados, congelados en uno o dos bloques cromáticos, que dan a cada pintura, en la distancia, el abrupto impacto de una abstracción de gran formato.


Evitando un color brillante y “explosivo”, Tacla dirige nuestra atención no a un estallido melodramático de violencia; pero sí a las persistentes secuelas de un alma dolida y afectada. Sus óleos y acrílicos son diluidos en densas mezclas de trementina y agua y cubiertas con un oscuro trazado dibujado a mano, que sobre una inspección cercana, sugiere murallas rotas, interiores expuestos, cajas de escala sin propósito alguno y ventanas arrancadas.


Las superficies de las pinturas son opacas, como si intentaran transmitir un tenue luto. De hecho, polvo de mármol ha sido incorporado a los pigmentos, con el propósito de realzar los efectos de la secuela de un bombardeo, todo aparece como si estuviera cubierto por una delgada capa de polvo precipitado. Si bien, lo que vemos debe haber sido precedido por una horrenda explosión, el énfasis formal del trabajo, es sobre una respuesta informada pero imparcial, equilibrio en la cara del tumulto, clemencia entre las pasiones homicidas.


Así, uno puede ver en los “Escombros” de Tacla una cierta afinidad con los fragmentos, ecos y recuerdos diluidos de “The Waste Land” de T.S. Eliot. Ambos trabajos contemplan pérdida y confusión, ambos transmiten una sensibilidad herida, ambos buscan redimir el desastre a través de una ecuanimidad astuta.


A menudo, muchas crisis personales descansan detrás de tales obras terapéuticas. Pero ímpetus biográficos, si bien vitales para el origen de una obra de reclamación como esta, son en gran parte irrelevantes a su valor crítico. Nosotros valoramos “The Waste Land” entre muchas otras cosas, por la unión de innumerables voces, registros emocionales y niveles de dicción. Nos apoyamos o nos basamos en el sobrecogimiento de la habilidad de Eliot para persuasivamente, conectar un rango amplio de alusiones (La antigua Grecia, La Biblia, La primera guerra mundial, Dante, Vaudeville, Bares de mala muerte, Mitos Paganos, etc.) para traerlos todos a un presente poético: el eterno.


En el caso de Tacla, los componentes son menos diversos, pero el propósito es igualmente intenso. Piensen en Guernica, no como Picasso la conmemoró, a la frenética hora del bombardeo, pero como el día después, cuando cada ciudadano sobreviviente, inspecciona el mudo escombro y pregunta cómo y por qué, para poder comenzar de nuevo. Es un momento en el que todos podemos reflexionar, incluso si nunca hemos experimentado la guerra en carne propia. Tacla busca unir, lo privado, el sufrimiento, el propio perseverar y el abollado y a mal traer cuerpo político es una moda eterna; sin nunca violar la especificación histórica de sus recursos visuales.


Estas representaciones levemente esquematizadas, casi monocromáticas de Beirut desvastado por la guerra, se remontan hacia los primeros referentes del artista sobre La Moneda, el Edificio de Gobierno, bombardeado en Santiago en 1973, durante el golpe militar apoyado por la C.I.A., el cual derrocó al presidente de izquierda Salvador Allende. Al mismo tiempo, resuenan con terrible familiaridad, a cualquiera que como Tacla, estuvo presente en Nueva York el 11 de Septiembre del 2001, cuando las torres gemelas colapsaron bajo el asalto de terroristas musulmanes. Aunque las implicancias políticas de estas imágenes están tan enredadas como su propio obsesivo calado de líneas, sin embargo su importe humano básico es tan simple, como sus composiciones Rothkeanas subyacentes, rígidas y cuadradas.


En una época de conflicto globalizado, como W.H. Auden una vez escribió, “Debemos amarnos los unos a los otros o morir”.

La esperanza, sin embargo, no exactamente florece eterna en el universo pictórico de Tacla. De hecho, la deshidratación y el desecho están dentro de sus temas más recurrentes en su trabajo, ensayado en pinturas (tal como Land Claim, 1995) las que están invadidas por sus memorias del desierto de Atacama. Tales escenas de desolación, ponen énfasis en el sentir de Auden, donde realmente pertenece, en el deber. Incluso la vida más exitosa, que estas nuevas obras nos recuerda, está plagada de proyectos comenzados y abandonados a medio camino, relaciones construidas y destruidas, planes maravillosamente ejecutados y planes dejados de lado por caprichos crueles o circunstancias cambiantes. Nuestra historia personal y colectiva, está construida como una gran catedral que se alza, en medio de su propio escombro. A lo largo de su historia, accidente o enfermedad, toda biografía termina en ruinas. Sin embargo, los “Escombros” de Tacla no son emblemas de una desesperación total. Por su inteligencia conceptual y su sutileza técnica nos recuerdan ese significado, a lo mejor incluso una desengañada alegría, puede subsistir en la maestría, sabiduría y la compasión con la cual confrontamos nuestras propias catástrofes.


Richard Vine


Richard Vine. 2007