La pintura como respuesta

En 1944, cuando Clarice Lispector apenas tenía 23 años, publicaba una de las obras fundamentales de la literatura moderna, Cerca del corazón salvaje , una novela a modo de autobiografía (sin serlo) que era también un cuestionamiento sobre si la palabra es suficiente para la comunicación humana.


Cuarenta y cuatro años más tarde, en Nicaragua, Gioconda Belli publicaba La mujer habitada, una compleja novela que relata la historia de una mujer convertida en guerrillera que intenta, en último lugar, encontrarse a sí misma. No es casualidad que sea la literatura de América Latina y las voces de sus escritoras quienes hayan dejado un poso de compromiso, lucha y poética como pocas en los últimos años. La posibilidad de rebelarse contra la opresión y utilizar la creación artística como hilo narrativo van de la mano en el continente.


Lo mismo ocurre en las artes visuales. En las obras que presenta Gabriela Bettini en Galería Silvestre hay mucho de ambos: de cuestionamiento y de poética, esta última trabajada desde lo visual.


La técnica pictórica, tan cargada de significado y peso por su trayectoria histórica, no se desarrolla exenta del pensamiento dominante de cada época y refleja la forma en la que se mira en cada momento. Cuando se habla de pintura de paisajes, y especialmente de los pintores viajeros en Latinoamérica, la académica Estrella de Diego señala que “se pintaba lo que se creía estar viendo”. Son obras que construyen más que reflejan; los paisajes son versiones de esa América que estos artistas llevaban de Europa, con una mirada tamizada por el estereotipo de ese continente salvaje, inabarcable y por descubrir. Y es que esa idea romántica del paisaje americano suponía una conquista no sólo con la fuerza sino también con la representación. Un imaginario de aquello que se creía que era América a los ojos occidentales para nada interesados en las particularidades de cada contexto.


¿Y hoy? ¿Se ha superado esta visión hegemónica? Gabriela Bettini trae al presente estos planteamientos y muestra aquí estas dos visiones de la representación pictórica: qué es lo que se está viendo y cómo se representa. Pero además da un paso más allá, y en lo que aparentemente son pinturas de paisajes, inspiradas en las de los viajeros del XVII como Frans Post, añade algo más.


Si Lispector se preguntaba sobre la posibilidad de la palabra para expresar, Bettini devuelve esta pregunta a lo visual, y presenta en la galería una serie de paisajes donde han ocurrido feminicidios contra defensoras de la naturaleza y los recursos naturales, como Berta Cáceres. Estos asesinatos suponen una sangría tal que la antropóloga feminista Marcela Lagarde considera que deberían ser una tipología propia entre los feminicidios. El asesinato masivo de las mujeres que no se callan ante el opresor.


Esta dislocación visual, que en las pinturas de Bettini obliga a mirar dos veces, nos sitúa, como público, en un lugar incómodo. Más allá del simple paisaje que se observa, la segunda lectura crítica sobre la que la artista se detiene nos hace removernos en nuestra posición. El paisaje puede ser también el lugar de la barbarie, no sólo del aparente deleite.


Este ejercicio de segunda lectura, de paisaje como testigo de lo acontecido, es una lectura inversa a la que hacían los pintores del XVII. Esa mirada prejuiciada que traían de Europa y reproducían en sus obras, pasa aquí a convertirse en una segunda mirada crítica, necesaria para entender el paisaje (social) del continente. Esta dureza de mostrarlo así, como reflejo y metáfora de crímenes masivos en América Latina, recuerda al trabajo de la mexicana Teresa Margolles, que en 2013 retrataba esos árboles que en las ciudades mexicanas habían sido testigos de la violencia.


Sin embargo, en estas obras de Bettini nada obstaculiza, en un primer momento, la contemplación estética del paisaje mismo, que se muestra en todas sus posibilidades pictóricas, con un gran dominio de la técnica por parte de la artista. Es esa segunda lectura a la que Bettini nos invita a leer después también un rasgo que presenta a la artista como comprometida, no renunciando a las posibilidades de la pintura misma, pero con un deseo por denunciar y posicionarse.


Semíramis González

Semíramis González. 2019